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AdVersuS, Año II,- Nº 4, diciembre 2005
ISSN: 1669-7588
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TIEMPOS DE ANTICRISTO

Por Leonardo Boff

 

 

RIO DE JANEIRO, Sep (IPS) - Cuando se enfrentan a una suprema inequidad, cuando ven que se supera el grado de perversidad ante el cual la razón cesa y el sentimiento de humanidad desaparece por completo, los cristianos recurren a dos expresiones bíblicas: la "abominación de la desolación" y la "parusía del Anticristo". Esto es lo que sentimos frente a las masacres de inocentes en Iraq, en Palestina, en Rusia.

"Abominación de desolación" traduce una situación en la que la violencia irrumpe con tal virulencia que deja los ojos desencajados, las lágrimas secas y las palabras muertas en la garganta. Esto es lo que le sucedió a la gente en Beslan. Después, al enterrarse a las víctimas, parecen escucharse las palabras de San Mateo en ocasión de la matanza de los inocentes ordenada por Herodes: "En Ramá se oyeron gritos, grandes sollozos y lamentos. Es Raquel que no quiere consolarse porque llora a sus hijos muertos". Es el dolor infinito y el luto perpetuo.

El "Anticristo" configura otra situación de maldad extrema, una situación que puede cobrar cuerpo en personas y movimientos. Es el reverso del Cristo. Cristo no es originariamente una persona, en este caso Jesús de Nazaret. Cristo es una dimensión, un modo de ser y un título para designar una historia de amor, de bondad, de ofrenda, de compasión y de perdón en el mundo, desde el justo Abel hasta el último elegido. Esta dimensión-Cristo se halla presente en cada ser humano. En figuras como Buda, Krishna, Miriam de Nazaret, Ghandi, Dom Helder y la Hermana Dulce, esa dimensión se condensa en forma singular. Para los cristianos, su expresión más sublime se alcanza en Jesús de Nazaret. Por eso se lo comenzó a llamar el Cristo. Pero debe quedar en claro que él no detenta el monopolio del "Cristo", que también se realiza en otras figuras históricas.

La dimensión-Anticristo se opone a la dimensión-Cristo. Representa la historia del odio, de la perversidad, de la inhumanidad, de la destructividad en el máximo grado. Puede expresarse en estructuras de gran injusticia, en ideologías que se proponen eliminar etnias y en políticas que optan por la truculencia como la única forma de resolver problemas. Y también puede personificarse en figuras perversas, de las cuales el siglo XX ofrece ejemplares aterradores.

El Anticristo se sirve de dos armas: de la política y de la religión. Por medio de una política arrogante, bestial y tiránica se impone a todos y sacrifica a sus opositores. Y de la religión utiliza los símbolos sagrados y el nombre de Dios para seducir en favor de su causa, para convertir y para conferir legitimidad última a su política maligna. Su blasfemia mayor reside, según San Pablo, en el hecho de "colocarse por encima de todo lo que se llama Dios."

La dimensión-Cristo y la dimensión-Anticristo se proyectan y nos envuelven a todos en enfrentamientos dramáticos. Hay momentos, como el presente, en los que la dimensión-Anticristo parece triunfar. Irrumpe de manera tan espantosa que nos paraliza y casi despoja a los justos de la esperanza. En circunstancias como éstas nos consuela el Maestro: "El Cristo aniquilará al Anticristo con un simple soplido de su boca." ¿Pero cuándo, Señor, cuándo? La categoría Anticristo ha sido esgrimida en la historia por algunos que se habían propuesto demonizar a sus adversarios. Por ello, debemos ser precavidos y evitar las identificaciones fáciles. Pero hay momentos como el actual en los que tanta es la perversidad que debemos emplearla como denuncia y profecía. Sí, el Anticristo está entre nosotros y actúa en los dos frentes. Esos dos frentes tienen en común el desprecio por la vida y la falta de piedad por los inocentes. Y son fríos asesinos.