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AdVersuS, Año II,- Nº 3, agosto 2005
ISSN: 1669-7588
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LENGUAJE COLATERAL
Entrevista a Noam Chomsky

David Barsamian

 

David Barsamian: En los últimos años el Pentágono y, más tarde los medios de comunicación, han adoptado el término "daños colaterales" para describir la muerte de civiles. Hábleme de la función del lenguaje a la hora de constituir y dar forma a lo que la gente percibe de los acontecimientos.

Noam Chomsky: Bueno, es tan antiguo como la historia. En realidad no tiene mucho que ver con el lenguaje. El lenguaje es el modo en que interactuamos y nos comunicamos, así que, naturalmente, los medios de comunicación y el trasfondo conceptual que hay tras el lenguaje, que es más importante, son usados para tratar de dar forma a actitudes y opiniones e inculcar conformismo y subordinación. No es extraño que fuera creado en las sociedades más democráticas. El primer ministerio de propaganda coordinado, llamado Ministerio de Información, fue creado en Gran Bretaña durante la primera guerra mundial. Su misión era, tal como fue descrita, controlar la mente del mundo. Lo que más les preocupaba era la mente de Estados Unidos y, más concretamente, la de los intelectuales estadounidenses. Pensaban que si podían convencer a los intelectuales estadounidenses de la nobleza del esfuerzo bélico británico, los intelectuales podrían conseguir llevar a la población, básicamente pacifista de EE.UU. –que, con razón, nada quería tener que ver con las guerras europeas–, a un estado de fanatismo e histeria que les llevaría a participar en la guerra. Gran Bretaña necesitaba el respaldo de EE.UU., así que volcó su Ministerio de Información principalmente hacia la opinión estadounidense y sus líderes. La administración Wilson reaccionó constituyendo la primera agencia estatal de propaganda en EE.UU., llamada Comité sobre Información Pública. Tuvo mucho éxito, principalmente con intelectuales liberales estadounidenses, gente del círculo de John Dewey, quienes de hecho estaban orgullosos de haber creado, por primera vez en la historia según ellos, un fanatismo de tiempos de guerra, y no por parte de líderes militares ni políticos sino por los miembros más responsables y serios de la comunidad, los reflexivos intelectuales. Y organizaron una campaña de propaganda que consiguió en pocos meses convertir a una población relativamente pacifista en fervientes fanáticos anti alemanes que querían destruir todo lo alemán. Se llegó a un punto en el que la Orquesta Sinfónica de Boston no podía interpretar a Bach. El país fue llevado a la histeria. Los miembros de la agencia de propaganda de Wilson incluían a gente como Edward Bernays, quien se convirtió en el gurú de la industria de relaciones públicas, y Walter Lippmann, el principal intelectual público del siglo XX y la figura más respetada de los medios. Ellos aprendieron mucho de aquella experiencia. Si se leen sus escritos de los años veinte, decían que habían aprendido de ella que se puede controlar a la opinión pública, que se pueden controlar actitudes y opiniones. Aquí es donde Lippman dijo: "podemos fabricar el consenso mediante la propaganda". Bernays afirmó: "los miembros más inteligentes de la comunidad pueden conducir a la población a donde quieran" mediante lo que el llamaba la "ingeniería del consenso". "Es la esencia de la democracia", dijo. Esto también llevó al nacimiento de la industria de las relaciones públicas. Es interesante observar el pensamiento en los años veinte, cuando esta surgió. Fue el periodo del Taylorismo en la industria, cuando los trabajadores estaban siendo entrenados para convertirse en robots, con todos los movimientos controlados. Esto creó una industria muy eficiente, con seres humanos convertidos en autómatas. Los bolcheviques quedaron también muy impresionados con ello. Trataron de copiarlo. De hecho, lo intentaron por todo el mundo. Pero los expertos del control del pensamiento se dieron cuenta de que no sólo puedes tener lo que se llamó un control en el trabajo, sino también fuera de él. Es su frase. Controlarles fuera del trabajo induciéndoles una filosofía de la frivolidad, concentrando la atención de la gente en cosas superficiales de la vida, como el consumo de moda, para básicamente quitárnoslos de encima. Dejad que la gente que se supone que debe llevar las riendas lo haga sin la interferencia de las masas, que no han perdido nada en el foro público. De aquí surgen enormes industrias, desde la publicidad hasta las universidades, todas ellas conscientemente dedicadas a la idea de que debemos controlar actitudes y opiniones porque la gente es sencillamente demasiado peligrosa. Es especialmente chocante que se desarrollara en las sociedades más democráticas. Intentaron copiarlo en Alemania, la Rusia bolchevique, Sudáfrica y otros sitios. Pero fue siempre un modelo claramente estadounidense. Hay un buen motivo detrás de todo esto. Si puedes controlar a la gente por la fuerza no es tan importante controlar lo que piensan y sienten. Pero si pierdes la capacidad de controlar a la gente por la fuerza, se hace más necesario controlar actitudes y opiniones. Esto nos lleva hasta la actualidad. Ahora la gente no está dispuesta a aceptar agencias estatales de propaganda, así que la Oficina de Diplomacia Pública de Reagan fue declarada ilegal y tuvo que funcionar con métodos menos directos. Lo que ocupó su lugar fueron los despotismos privados, básicamente corporaciones, que llevan a cabo la función de controlar la opinión y las actitudes. No reciben órdenes del gobierno pero por supuesto están muy vinculadas a éste. Este es nuestro sistema actual. Muy seguro de sí mismo. No hace falta que especulemos demasiado sobre lo que hacen, porque ellos son lo bastante amables como para contárnoslo en publicaciones industriales e incluso en la literatura académica. Si retrocedemos, digamos a los años treinta, encontramos probablemente los orígenes de buena parte de la ciencia política moderna. En 1933, un liberal wilsoniano, Harold Lasswell, escribió un artículo llamado "Propaganda" en la Enciclopedia de Ciencias Sociales, una importante publicación, cuyo mensaje era literalmente: "no debemos sucumbir a los dogmatismos democráticos que hablan de los hombres como los mejores jueces de sus propios intereses". No lo son, lo somos nosotros. Y como la gente es demasiado estúpida e ignorante para comprender cuáles son sus intereses, por su propio bien –ya que somos grandes humanitarios– debemos mantenerlos al margen y controlarles. La mejor manera de hacerlo es la propaganda. La propaganda no tiene nada de negativo, dijo. Es tan neutral como el asa de una cacerola. Puede ser usada para hacer el bien o el mal. Y como somos personas nobles y maravillosas la usaremos para el bien, para asegurar que las masas estúpidas e ignorantes se mantiene al margen, lejos de cualquier capacidad de tomar decisiones. Las doctrinas leninistas son aproximadamente las mismas. Existen grandes similitudes. Los nazis también lo utilizaron. Si lee Mein Kampf, observará que Hitler estaba muy impresionado por la propaganda anglo-americana. Argumentaba, no sin razón, que eso fue lo que ganó la primera guerra mundial y prometió que la próxima vez los alemanes también estarían preparados y desarrollarían sus propios sistemas de propaganda basados en las democracias. Los rusos lo intentaron, pero era demasiado tosco para ser eficaz. Sudáfrica lo usó, otros lo siguen haciendo hoy en día. Pero la verdadera vanguardia son los Estados Unidos, porque es la sociedad más libre y democrática y ahí es mucho más importante controlar actitudes y opiniones. Podemos leerlo en el New York Times. Publicaron un interesante artículo sobre Karl Rove, el manager del presidente –básicamente su cerebro, el que le enseña lo que debe decir y hacer–, describiendo lo que Rove está haciendo ahora. No estuvo directamente implicado en la planificación de la guerra, pero tampoco lo estuvo Bush. Eso estuvo en manos de otras personas. Pero su objetivo, dice, es presentar a Bush como un poderoso líder belicista, de cara a las nuevas elecciones presidenciales, para que los republicanos puedan sacar adelante su agenda doméstica –que es en lo que él se concentra–. Esto significa recortes fiscales –ellos dicen para la economía, queriendo decir para los ricos– y otros programas que no se molesta ni en mencionar, pero que están diseñados para beneficiar a un sector minúsculo de los muy adinerados y privilegiados y tendrán un efecto nocivo para la gran masa de la población. Pero aún más significativo que eso –aunque no se destaca en el artículo– es el intento de destruir la base institucional de los sistemas de servicios sociales, el intento de eliminar cosas como colegios, la seguridad social o cualquier cosa basada en la idea de que la gente se preocupe por los demás. Esta es una idea horrible que hay que sacar de las cabezas de la gente. La idea de tener simpatía y solidaridad, de preocuparse por que la viuda discapacitada del otro extremo de la ciudad tenga algo que comer, es algo que hay que eliminar de las cabezas de la gente.

D.B.: Existe una clara brecha en la guerra de Irak entre la opinión pública estadounidense y la del resto del mundo. ¿Atribuye esto a la propaganda?

N.C.: No cabe ninguna duda sobre ello. La campaña sobre Irak comenzó el pasado septiembre. Esto es tan obvio que incluso es discutido en publicaciones convencionales, como la United Press International (UPI), cuyo principal analista político, Martin Sieff, escribió un extenso artículo describiendo cómo se hizo. En septiembre, cuando casualmente daba comienzo la campaña para el congreso, empezaron los redobles de la propaganda de guerra. Tuvo un par de temas constantes. Una de las grandes mentiras fue que Irak constituía una amenaza inminente para la seguridad de los Estados Unidos. Tenemos que detenerles ahora o ellos nos destruirán mañana. La segunda gran mentira fue que Irak estaba detrás del 11 de Septiembre. Nadie lo dice directamente, es de algún modo insinuado. Mire las encuestas. Reflejan la propaganda muy directamente. La propaganda es distribuida por los medios de comunicación. Ellos no la inventan, simplemente la distribuyen. Se lo puede atribuir a altos funcionarios del gobierno o a quien quiera. El hecho es que la campaña de propaganda enseguida se reflejó en las encuestas. A partir de septiembre prácticamente el 60 por ciento de la población, con leves oscilaciones, cree que Irak es una amenaza a nuestra seguridad. El congreso, si miramos la declaración de octubre –cuando autorizaron al Presidente a hacer uso de la fuerza–, dijo que Irak era una amenaza a la seguridad de EE.UU. Para entonces aproximadamente la mitad de la población, quizás ahora más, cree que Irak fue el responsable del 11 de Septiembre, que iraquíes viajaban en los aviones, que están planeando nuevos ataques. No hay nadie más en el mundo que crea todo esto; no hay ningún país en el que se considere a Irak como una amenaza a su seguridad. Kuwait e Irán, que fueron ambos invadidos por Irak, no consideran a Irak una amenaza. Irak es el país más débil de la región y como resultado de las sanciones, que han asesinado a cientos de miles de personas –unos dos tercios de la población están al borde de la inanición– el país tiene la economía y la fuerza militar más débiles de la región. Su economía y su gasto militar son aproximadamente la tercera parte de los de Kuwait, que cuenta con el 10 por ciento de su población, y muy por debajo de otros. Por supuesto, todo el mundo en la región sabe que allí hay una superpotencia, la base militar estadounidense en ultramar, Israel, que posee cientos de armas nucleares y unas fuerzas armadas robustas que dominan completamente todo. Pero sólo en los Estados Unidos hay miedo por cualquiera de estas creencias. Se puede atribuir el auge de estas creencias a la propaganda. Es interesante que EE.UU. sea tan susceptible a ella. Hay una base, un trasfondo cultural interesante. Por los motivos que sea, el hecho es que EE.UU. es un país muy asustado en términos comparativos. Aquí los niveles de miedo a casi todo; crimen, extraterrestres, cualquier cosa, son mucho mayores de lo habitual. Se podría argumentar e investigar sobre los motivos, pero ese trasfondo está ahí.

D.B.:Qué hace a Estados Unidos tan susceptible a la propaganda?

N.C.: Esa es una buena pregunta. No digo que sea más susceptible a la propaganda, es más susceptible al miedo. Es un país asustado. Los motivos, francamente, no los comprendo pero están ahí y se remontan muchos años en la historia de EE.UU. Probablemente tenga que ver con la conquista del continente, cuando había que exterminar a la población nativa; con la esclavitud, cuando había que controlar a una población considerada como peligrosa, porque nunca se sabía cuándo se iba a rebelar. Quizá sea un reflejo de la enorme seguridad de Estados Unidos. Ésta es mucho mayor que la de cualquier otro país. EE.UU. controla el hemisferio, controla ambos océanos y ambas orillas de los dos océanos, nunca amenazadas. La última ocasión en que EE.UU. estuvo amenazado fue en la guerra de 1812. Desde entonces sólo conquista otros países. De cierta forma esto genera una sensación de que alguien va a venir a por nosotros, de manera que el país termina estando muy asustado. Hay un motivo por el cual Carl Rove es la persona más importante de la administración Bush. Es un experto en relaciones públicas encargado de fabricar las imágenes. De esta manera consigue sacar adelante la agenda doméstica, llevar a cabo la política internacional asustando a la gente y crear la impresión de que un líder poderoso nos va a salvar de la destrucción inminente. The Times prácticamente lo dice porque es muy difícil mantenerlo oculto. En eso consiste.

D.B.: Una de las construcciones léxicas que me gustaría que comentara es la de "periodistas empotrados" ("embedded journalists", en inglés).

N.C.: Este es un término muy interesante. Es interesante que los periodistas estén dispuestos a aceptarlo. A ningún periodista honesto le gustaría describirse a sí mismo como "empotrado". Decir "soy un periodista empotrado" es como decir "soy un propagandista del gobierno". Pero es aceptado. Y esto ayuda a implantar la concepción de que cualquier cosa que hagamos es correcta y justa; por lo tanto, si te encuentras empotrado en una unidad estadounidense, eres objetivo. De hecho, lo mismo ocurrió, en algunos aspectos incluso de forma más dramática, en el caso de Peter Arnett. Peter Arnett es un periodista experimentado y respetado, con grandes logros a su crédito. Es odiado aquí precisamente por eso. Por el mismo motivo por el que es odiado Robert Fisk…

D.B.: ... siendo Fisk británico y Arnett originario de Nueva Zelanda.

N.C.: Fisk es con diferencia el periodista de Oriente Medio más experimentado y respetado. Lleva allí una eternidad, ha hecho un trabajo excelente, conoce bien la región y es un gran periodista. Es despreciado aquí. Rara vez se puede leer una palabra suya. Si se le menciona es para denunciarle de algún modo. La razón es que es simplemente demasiado independiente. Nunca sería un periodista empotrado. Peter Arnett es condenado porque ofreció una entrevista a la televisión iraquí. ¿Se condena a alguien por conceder una entrevista a la televisión estadounidense? No, eso es maravilloso.

D.B.: El ataque a Afganistán en octubre de 2001 generó un par de estos interesantes términos, que usted ha comentado. Uno fue la "Operación Libertad Duradera" y otro "combatiente ilegal". Toda una innovación en la jurisprudencia internacional.

N.C.: Es una innovación desde el período de la posguerra. Después de la segunda guerra mundial se estableció un marco legal internacional relativamente nuevo, incluyendo las convenciones de Génova. Y éstas no aceptan ningún concepto como "combatiente enemigo" en la manera en que es usado aquí. Se pueden tener prisioneros de guerra pero no existe una categoría nueva. De hecho es una categoría antigua, anterior a la segunda guerra mundial, cuando se podía hacer prácticamente todo. Pero bajo las convenciones de Génova, que fueron establecidas para incriminar formalmente los crímenes de los nazis, esto se cambió. Así que los prisioneros de guerra deben tener un estatus especial. La administración Bush, con la ayuda de los medios de comunicación y los tribunales, está retrocediendo al período previo a la segunda guerra mundial, cuando no existía un marco legal internacional serio que se hiciera cargo de los crímenes de guerra y contra la humanidad, y ha decidido no sólo llevar a cabo una guerra de agresión sino también clasificar a las personas que bombardea y captura como una nueva categoría que no posee derecho alguno. Han ido mucho más allá. La administración ahora reclama el derecho de llevar allí a personas, incluidos ciudadanos estadounidenses, para confinarlas indefinidamente sin acceso alguno a familiares o abogados, y mantenerlas allí sin cargos hasta que el presidente decida que ha terminado la guerra contra el terrorismo, o como lo quiera llamar. Esto no tiene precedentes. Y ha sido, hasta cierto punto, aceptado por los tribunales. De hecho están yendo aún más lejos que el nuevo decreto, llamado también Patriot Act 2, que aún no ha sido ratificado. Está en poder del Departamento de Justicia pero fue filtrado. Ya hay un par de artículos de profesores de derecho y otros sobre ello en la prensa. Es asombroso. Reclaman el derecho de retirar la ciudadanía, un derecho fundamental, si el fiscal general sospecha –no tiene que tener ninguna evidencia–, solamente si sospecha que la persona está involucrada de alguna forma en hechos que puedan ser perjudiciales para Estados Unidos. Hay que retroceder a estados totalitarios para encontrar algo parecido a esto. Es el caso del combatiente enemigo. La forma de tratar a las personas, lo que está ocurriendo en Guantánamo es una violación gravísima de los principios más elementales de la legalidad humanitaria internacional desde la segunda guerra mundial, es decir, desde que estos crímenes se tipificaron formalmente como reacción a los nazis.

D.B.: Qué opinión le merecen las declaraciones del primer ministro británico Tony Blair citadas en "Nightline" el 31 de marzo en que afirmaba, "Esto no es una invasión"?

N.C.: Tony Blair es un buen agente propagandístico para Estados Unidos: se expresa bien, enlaza bien unas frases con otras, al parecer a la gente le agrada su aspecto. Está siguiendo una postura que Gran Bretaña ha adoptado, conscientemente, desde el final de la segunda guerra mundial. Durante la guerra Gran Bretaña reconoció –hay abundantes documentos internos sobre ello– lo que era obvio; había sido la potencia mundial dominante y no lo iba a ser después de la segunda guerra mundial, iba a serlo EE.UU. Gran Bretaña tuvo que tomar una decisión: bien ser simplemente un país más, o ser lo que ellos llamaban el compañero menor de Estados Unidos. Aceptó el papel de compañero menor. Y eso es lo que ha sido desde entonces. Gran Bretaña ha sido golpeada en la cara una y otra vez de la manera más escandalosa y lo acepta sin moverse del sitio diciendo, "de acuerdo, seremos el compañero menor. Aportaremos a la llamada coalición nuestra experiencia de siglos de brutalidad y asesinato de extranjeros. En eso somos buenos". Ese es el papel británico. Es vergonzoso.

D.B.:A menudo, en las charlas que da, surge siempre una pregunta, la de "¿Qué puedo hacer?" Eso es lo que se oye en el público estadounidense.

N.C.: Tiene razón, eso ocurre en el público estadounidense. Nunca se oye en el tercer mundo.

D.B.: ¿Por qué no?

N.C.: Porque cuando viaja a Turquía o a Colombia o Brasil, o a otro lugar, la gente no le pregunta "¿Qué puedo hacer?" Le cuentan lo que están haciendo. Sólo en las culturas muy privilegiadas la gente pregunta "¿Qué puedo hacer?" Tenemos todas las opciones abiertas ante nosotros. No tenemos ninguno de los problemas que tienen que afrontar los intelectuales en Turquía o los campesinos en Brasil, ni nada parecido. Podemos hacer cualquier cosa. Pero la gente aquí está educada para creer que tenemos que hacer algo que podamos y que sea fácil, que funcione muy rápido, para después poder volver a nuestra vida cotidiana. Y no es así como funciona. Si queremos hacer algo debemos tener dedicación y compromiso con lo que hagamos día tras día. Sabemos exactamente en qué consiste: en programas educativos, en organizarse, en activismo. Así es como cambian las cosas. ¿Queremos algo que funcione como una llave mágica, que nos permita volver a ver la televisión mañana? No existe.

D.B.:Usted fue un temprano y activo disidente en los años sesenta, oponiéndose a la intervención estadounidense en Indochina. Tiene la perspectiva de lo que ocurría entonces y lo que ocurre ahora. Describa cómo ha evolucionado la disidencia en EE.UU.

N.C.: De hecho, hay otro artículo en el New York Times que describe cómo los profesores son activistas contra la guerra, pero los estudiantes no. No como era antes, cuando los estudiantes eran los activistas. El artículo se refiere a en torno al año 1970, y en efecto hacia 1970 los estudiantes eran activos protestantes contra la guerra. Pero esto fue ya después de ocho años de guerra de EE.UU. contra Vietnam del Sur, que para entonces ya se había extendido a toda Indochina, borrándola prácticamente del mapa. En los primeros años de la guerra –fue anunciada en 1962– los aviones estadounidenses estaban bombardeando Vietnam del Sur, el napalm fue autorizado y se hacía la guerra química para destruir cosechas, se llevaron a cabo programas para llevar a millones de personas a las "aldeas estratégicas", que eran esencialmente campos de concentración. Todo de manera pública. Sin protestas. Era imposible conseguir que la gente hablara sobre ello. Durante años, incluso en un lugar como Boston, una ciudad liberal, no podías reunirte en público contra la guerra porque eras saboteado por estudiantes, con el apoyo de los medios de comunicación. Habría sido necesario tener a cientos de policías estatales alrededor para permitir a los conferenciantes como yo salir de allí ilesos. Las protestas llegaron después de años y años de guerra. Para entonces habían sido asesinados varios cientos de miles de personas y gran parte de Vietnam había sido destruida. Entonces empezó a haber protestas. Pero todo esto ha sido borrado de la historia, porque dice demasiado sobre la verdad. Hicieron falta muchos años de trabajo duro de muchas personas, en su mayor parte jóvenes, para acabar teniendo un movimiento de protesta. Ahora está mucho más avanzado. Pero la periodista del New York Times no alcanza a comprenderlo. Estoy seguro de que la periodista está siendo honesta. Está diciendo exactamente lo que creo que le enseñaron –que hubo desde el principio un enorme movimiento contra la guerra– porque la historia real tiene que ser borrada de las conciencias. No podemos enterarnos de que el esfuerzo comprometido y la dedicación pueden tener como resultado cambios significativos en la conciencia y la forma de entender las cosas. Esa es una idea demasiado peligrosa como para permitir que la gente la tenga.

Noam Chomsky es profesor en el Departamento de Lingüística y Filosofía del Massachussets Institute of Technology (MIT). Es autor de numerosos y fundacionales libros de lingüística como Syntactic structures (1957). Últimamente se ha dedicado a publicar obras que, amén de comentar críticamente la política internacional y muy especialmente el rol de Estados Unidos en la misma, tratan además la relación entre lenguaje, política y hegemonía. Entre esto se destacan Power and terror: post-9/11 talks and interviews (2003) y Middle East illusions (2003).Su libro 9-11 (2002) en la misma línea que los anteriores, ha tenido una honda repercusión internacional.

David Barsamianes fundador y director de Alternative Radio. Es autor de Decline and Fall of Public Broadcasting (2001) así como de gran número de libros entre los cuales se destacan Propaganda and the public mind: conversations with Noam Chomsky (2001); Eqbal Ahmad, confronting empire : interviews with David Barsamian(2000 y Culture and resistance : conversations with Edward W. Said (2003). Es colaborador habitual de Z Magazine, The Progressive y otras publicaciones periódicas.
Título Original: “Collateral language”, Z Magazine, Julio-Agosto 2003: 5-11. La presente es una traducción de la redacción.